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jueves, 5 de abril de 2012

LOS GOLPES DE LA VIDA, "BREATHLESS"



Yang Ik-June, director, actor y guionista de "Breathless” empeñó algo más que su casa para poder producirla y semejante empeño dio vida a una película que desde el comienzo golpea al espectador sin miramientos, directa, seca y cortante te inmoviliza en el asiento.

Es, en sentido literal, impactante, la cámara no rehúye el cuerpo a cuerpo, el cara a cara, pegada a unos rostros en los que se aprecian cicatrices en la superficie de la piel y en la profundidad de sus gestos, todas las heridas sin cerrar, abiertas día y noche, alimentando inconfesables sentimientos de culpa, pérdida y soledad.

Si a este film le quitaran los diálogos se entendería perfectamente, pocas veces la violencia había encontrado un código visual tan complejo. Si las letras forman palabras y estas frases, en "Breathless” los signos de violencia articulan párrafos completos. Aquí la letra con sangre no entra, sino que sale y lo hace a borbotones, de tal forma que el grado de afecto en las relaciones se mide por la intensidad del golpe y en el lenguaje por el tono del insulto, donde las caricias son sólo una bofetada más suave y llamar imbécil un te quiero imposible. Y es en este aspecto, en el momento de seguir presentando la violencia desnuda o justificarla buscando explicaciones, donde al director le tiembla el pulso, donde genera dudas y la película corre el riesgo de caer en lo convencional o en fórmulas ya ensayadas.


En cierta medida y salvando las distancias, me recuerda al cine de Clint Eastwood, donde los personajes viven sumergidos en un entorno violento del que no saben cómo escapar y tiende a repetir el modelo paterno-filial, marcado por el aprendizaje del adulto que asume el rol de padre o protector sacrificado, guía del joven o niño y que en última instancia les permite a todos desbloquearse y evolucionar.

En mi opinión, esa vacilación del director no peca de exceso de sentimentalismo, pero ha podido restarle originalidad, y creo que estuvo cerca de haber conseguido una criatura única mezclando ese cine, el de familias disfuncionales del cine independiente norteamericano y el estilo insolente y novedoso del thriller coreano.

Aún así, el film es singular y nítidamente personal, cine asiático sin coreografías circenses, poéticas, elegantes o preciosistas, las peleas parecen de verdad, torpes, grotescas y contundentes: un golpe y al suelo y en el suelo más… no se libra nadie, víctimas y verdugos, cuyas vidas más que cruzarse se chocan, pero no salen despedidas, se necesitan unas a otras y, según se orienten, unas veces se atraen y otras se repelen.

Tres generaciones, dos familias y un amigo trazan las coordenadas de ese escenario, y sus destinos entrelazados los límites de un cuadrilátero donde se debate el protagonista en un continuo combate, que lleva al espectador contra las cuerdas, pero no hay forma de tirar la toalla, hay que aguantar, porque el realizador consigue el milagro de que no haya un momento en el que no flote la esperanza de la redención y el perdón. La violencia engendra violencia, pero puede convertirse en un círculo vicioso cerrado o en una espiral abierta, por donde alguien pueda encontrar una salida entre dos asaltos.
Estos se van sucediendo, y a medida que avanza la película adquiere una resonancia de huesos y vidas fracturadas, en la que todos van acumulando errores suficientes como para perder por puntos, si no lo habían hecho antes por KO.

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