Me gustan estas películas valientes que empiezan fuerte, con toda una batalla campal que, como los buenos fuegos artificiales, sabemos que terminará con una traca final aún mayor. En unos primeros minutos fantásticos, llenos de acción, son capaces de ir presentándonos a todos los personajes principales quedando perfectamente "dibujados" en pantalla, y lo logran sin perder en ningún momento el ritmo del enfrentamiento, manteniendo una difícil tensión entre cómica y dramática en un tono que nos va avisando de que estamos ante un trabajo con cualidades de buen cine.
Sabemos que nuestro joven protagonista tiene abiertos varios frentes, tan ancestrales como aquellos que confrontan a generaciones de hombres y dragones: el amor... hacia una joven guerrera, la frustración... por sus límites físicos, la decepción... indisimulada de su poderoso padre, la burla... de sus compañeros de edad, la desconfianza... y sobreprotección de los adultos que le rodean. Cierto, no es capaz de sostener un arma de combate, porque como a Vicky el vikingo, pronto descubrimos que su corazón enamorado, más tenaz que valiente, riega su cerebro en mayor medida que sus músculos y que aún le queda someterse a uno de los retos más grandes de su vida: la primera y vital elección que plantea este film, aquella que nos enfrenta a nuestros mayores miedos, y da la medida de lo que somos y lo que podremos llegar a ser, arriesgándolo todo por una corazonada, demostrando que verdaderamente la inteligencia es emocional. La segunda le llevará a decidir entre el reconocimiento de los demás o el autoconocimiento, entre lo que nos han enseñado o lo que descubrimos por nosotros mismos, entre lo que esperan los demás de nosotros o lo que creemos que es ético o justo.
Aunque a veces la distancia entre ellos parezca insalvable, todo adulto lleva dentro de sí un niño, y todo niño oculta un dragón que hay que entrenar, para que le ayude a salvar los obstáculos y no a chocar con todo lo que se le ponga por delante, de la misma forma que un joven lleva un adulto que en algún momento tendría que salir. En el corazón de esta película laten todas estas pulsiones y, como decía, hay un momento decisivo en que parecen detenerse, dándose cita en un mismo escenario todas esas líneas de fuerza; es un instante de gran valía ética y valentía pedagógica, en el que el joven protagonista se debate preso de sus lazos biológicos, familiares y culturales, entre sus viejos anhelos de gloria en la batalla y las nuevas lecciones de solidaridad, en busca de una salida revolucionaria al borde del sacrificio, para luego continuar de una forma más convencional, en una tercera elección ya dentro de la épica heroica, pero sin dejar de mostrarnos detalles de una decidida voluntad de superación tanto individual como colectiva y apostando por los jóvenes como responsables de un difícil, pero necesario y liberador cambio de visión.
En la actualidad, creo que esta película aporta, no sólo, un entretenimiento para distraernos del pesimismo reinante, sino también una lectura positiva de las nuevas relaciones que pueden nacer en tiempos de dificultades, y en la necesidad de arriesgar y dar una oportunidad a los valores que llevamos dentro y que quizás podemos llegar a reconocer en los demás, entrenando nuestros pequeños miedos, aún sabiendo que siempre existirá ese pulso contra el gran monstruo devorador que se esconde en lo más profundo, tras espesas nieblas de desconfianza y desconocimiento.
Sí, esta película basada en el libro infantil de Cressida Cowell, nos habla de valores como la amistad, el esfuerzo en equipo, la aceptación integral del ser querido y la superación de la discapacidad, pero no hay que engañarse, aquí también se viven la aventura y el romanticismo puros, haciéndonos volar al son de una emocionante banda sonora compuesta por John Powell, arriesgando nuestras vidas entre abismos al borde del mar, alcanzando el cielo más allá de las nubes, y arrastrándonos al infierno dentro de la tierra, a lomos de lo más oscuro de la noche que puebla nuestra imaginación y las más antiguas mitologías.
Últimamente en el cine se han visto muchas variantes de alianzas entre jinetes y dragones: la de “Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba” o las de “Avatar” que recordaban a las de “Dinotopía”, pero ya en la antigüedad existían simbiosis de esta naturaleza, como en la mitología china donde el dragón simbolizaba ese ser intermediario que posee la doble naturaleza capaz de resolver los opuestos, dominar los cuatro elementos y servir de montura al inmortal Huang-ti para subir al cielo. Los propios vikingos navegaban a lomos de los barcos llamados drakkars (dragones), cuyo mascarón de proa representaba una cabeza de dragón, e incluso en la misma mitología nórdica, héroes como Beowulf o Sigfrido, lucharon contra dragones que custodiaban tesoros.
La riqueza que atesora el dragón protagonista de esta película no está guardada ni en cofres, ni en grutas, sino en su interior, y se abre al contacto de una mano tendida entre el niño que se muere de miedo y curiosidad y el adulto que nace para demostrarnos una vez más el valor de la amistad, y que ésta se encuentra allí donde menos te lo esperas.